Nuevas investigaciones reafirman la sugerencia que frecuentemente realizamos de que los jóvenes (y los no tan jóvenes…) prescindan del uso de celulares, tabletas electrónicas, y demás tipos de pantallas antes de ir a dormir.
Se ha visto que la luz brillante de estos dispositivos disminuye los niveles de melatonina. Esta es una hormona que naturalmente fabrica nuestro organismo, cuya producción aumenta al disminuir la luz ambiental. Es la glándula pineal o epífisis el lugar principal de elaboración de esta sustancia fundamental para la salud de nuestro cerebro. Esta glándula se encuentra en las profundidades de nuestro cerebro, lo que no quita que reciba información del nivel de luminosidad del ambiente, a través de vías que transitan un largo camino desde nuestros ojos.
Es sabido que el cerebro de los niños y adolescentes se encuentra en un estado de mayor vulnerabilidad que el del adulto, ante circunstancias internas o externas que puedan potencialmente generar daño.
El efecto negativo por el uso de los dispositivos electrónicos se observó con mayor gravedad en los niños pre-púberes. En ellos los niveles de melatonina disminuían hasta un 37% con relación a una situación de ausencia de estimulación lumínica.
Los números se tornan aún más elocuentes cuando nos percatamos que el 96% de los adolescentes utilizan dispositivos de alta tecnología dentro de la hora previa a irse a dormir. Y algunos chicos usan más de uno a la vez.
Y también sabemos que no se trata sólo de un tema lumínico. La luz de las pantallas traen juegos de acción y violencia; Facebook nos informa sobre la actividad social que está aconteciendo ahí afuera; WhatsApp suena o vibra a cualquier hora, aunque sea para comentar la mayor de las nimiedades, pero activa el alerta; etc.
Esto trae como consecuencia el consejo a los padres de que harían muy bien si limitan o eliminan el acceso a estos dispositivos durante la noche, dado este efecto perjudicial en la calidad del sueño.
Si bien sabemos que los cambios en la biología de púberes y adolescentes provoca modificaciones en los ritmos biológicos (adquieren una tendencia natural a acostarse, al menos, una o dos horas más tarde que cuando eran niños) también existen factores socio-culturales que pueden exacerbar esa tendencia. Y en este lugar es donde los padres deberían poner límites.
Fuente: Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, 2015